El culpable de todo

Monday, May 21, 2007

El dedo acusador


El Santo Inquisidor impartió la orden y pateamos la puerta al unísono. Las tablas cedieron con un desagradable sonido, un crujido sordo, como si fueran huesos podridos en vez de madera. Entramos. La luz mortecina del atardecer reveló una atmósfera polvorienta. Suciedad. Aún en la penumbra, el recinto era un caos. Nos abrimos paso con torpeza, el herrero llevaba un estilete en una mano y un pesado espadón de carnicero en la otra. Yo llevaba un hacha de dos filos, pero aún así los dos respirábamos con dificultad. Afuera, en el claro húmedo cada vez más opresivo, cuatro hombres aguardaban pálidos y silenciosos.
-Ahí - Dijo el Santo Inquisidor.
Con un nudo en la garganta miramos en la dirección que señalaba su dedo. De la gruesa viga que atravezaba la cocina, un pellejo sin curtir se balanceaba como un péndulo. Todavía en ciertos lugares quedaban restos de carne y las moscas zumbaban alrededor como como si fueran abejas en un panal. A los pies del maltratado cuero, pedazos de carne y vísceras formaban una pila grotesca.
La reconocí por el pelo.
- In nomine patri..-
Dulce y frágil inocente. Dios era un monstruo cruel.
- et filii...-
Su rostro era el más amado entre nosotros.
- et spiriti sanctum...El herrero abrió la boca y se mordió el puño. De su garganta brotó un gemido grave y profundo.Di dos pasos con suma lentitud, como un hombre al que han golpeado fuertemente en la cabeza. Entonces tuve el reflejo de salir huyendo, y lo hubiera hecho sin dudar, pero algo me detuvo.Por el rabillo del ojo, apenas perceptible, entendí el movimiento de dos capas de sombra.
Giré sobre mis talones muy despacio, oyendo incluso como el Santo Inquisidor continuaba su diatriba pero con la mente lejos de él, me convertí en un autómata. Los ojos guiaban al cuerpo. Los ojos listos para enfrentarse con algo que la conciencia no podría combatir. Lo sabía.
Y así fue.
En el ángulo más oscuro de la cabaña, pegada a la pared como un insecto horrible, la bruja nos observaba en silencio. Al notar la contracción de mi cara sonrió sibilinamente y me enseñó una hilera de dientes negros y podridos. Desde su interior brotó un maullido de gato a modo de advertencia. Después, sin previo aviso, se levantó la falda de su roñoso vestido y me enseñó sus piernas, los muslos eran negros como la brea y terminaban en dos puntas articuladas como las patas de una cucaracha. Las púas que sobresalían de sus patas parecían arpones y se clavaban en la madera para sostener el peso a dos metros del entablado.
A mis espaldas el Inquisidor cayó de rodillas y rompió en llanto, el herrero dejó caer sus armas.
- ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué de esa manera? Por el amor de Dios- Jamás supe como logré articular enfrente de aquel engendro que me congelaba la sangre.
La bruja amplió su sonrisa hasta desaparecer de su rostro cualquier apariencia humana.
- ¿El amor de Dios? No sé nada de eso, para mi ustedes son solo carne y yo necesitaba alimentar a mi bebé-
Nos enseñó un vientre hinchado de parturienta, la piel estirada y traslúcida, y dentro de ella, el movimiento viscoso de unos tentáculos.
El inquisidor y el herrero quedaron paralizados. Luego entendí que habían perdido la razón. Retrocedí y los arrastré hasta el claro donde nuestros hombres de apoyo se habían esfumado al escuchar los gritos. Y en todo momento la carcajada del demonio nos persiguió. Nos persiguió por el bosque, y por el sendero del arroyo, y nos persiguió hasta nuestras camas, donde nos ocultamos y lloramos y rezamos, y nos persiguió a lo largo de los días y de los años. Incluso ahora, en la misma vejez cuando ésta historia ya gastada ha perdido todo su color, incluso ahora, cuando el dolor por mi niña perdida me impide dormir, miro en dirección al bosque y tiemblo ante el recuerdo de ese sonido.

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