El culpable de todo

Monday, May 08, 2006

Relatos de la espiral descendente


Ruleta Rusa

Jao terminó de masturbarse y se limpió la pija con el mantel, luego largó un ronco y gorgoteante gemido, manoteó el atado de cigarrillos y le sonrió a Marina como pidiendo disculpas.
--- ¿Me das fuego bombón?---
Marina le alcanzó el encendedor sin prestarle demasiada atención, estaba concentrada en la casita de cartas de tarot que ya ostentaba la marca de cinco pisos delante de las habilidosas manos del fantasma.
Yo los miraba y me daba cuenta de lo mucho que me aburrían, me hubiera gustado proponer una caminata nocturna por el barrio, un paseo largo como para renovar el aire de encierro que se respiraba entre esas cuatro paredes, y tal vez también para librarme de la opresión que me cerraba el pecho. Pero no dije nada. Me hubieran tildado de cobarde y no quería dar explicaciones al respecto.
Me puse a hacer zapping en la vieja tele sin volumen, doscientos treinta canales y en ninguno había algo que valiera la pena, era una mierda. Dejé un documental sobre hormigas tropicales mientras esperaba mi turno. Le guiñé un ojo a Ceci que en ese momento se estaba escarbando la nariz con ganas. Ceci me sonrió, se sacó un moco de considerable tamaño y lo pegó en el borde de mi vaso de vino tinto. Me gustaba el estilo de esa putita roñosa. Había que reconocer que me ponía caliente.
--- Vuelta a empezar --- Dijo Nico, y tosió a propósito sobre el castillo de cartas que tembló y se desmoronó maravillosamente.
Todos rieron. Todos menos Marina y el fantasma.
--- ¡Pará un poco, pelotudo!---
Marina juntó las cartas desparramadas y se las devolvió al fantasma con solemne preocupación. Estaba claro que desde la noche del cumpleaños de Ceci, el fantasma se había ganado la simpatía de todas las chicas, sobre todo después de haber demostrado sus increíbles condiciones de médium. Si hubiese sido un poco menos idiota podría haberse cogido a cualquiera de las pendejas con solo desabrocharse el pantalón. Pero el tipo mantenía el perfil de caballero respetuoso y nunca se sobrepasaba con ninguna de ellas, para él era más importante mantener el aura de misterio que dar la nota. Y lo peor es que le salía bien al muy cabrón. Si alguien me pregunta, nunca supe exactamente lo que pasaba dentro de su cabeza. Tal vez era mejor así.
El fantasma rechazó las cartas que le ofrecía Marina con un cortés movimiento de cabeza. Casi nunca decía nada. Yo no terminaba de entender en que momento se nos había colado en el grupo, pero coincidía con los chicos en algo, el tipo nos caía gordo, nos caía gordo y no le teníamos ni un poquito de cariño. Probablemente tenía que ver con la desconfianza que nos generaba su desagradable silencio.
Encontré algunas respuestas en los ojos de ternera enamorada de Marina. Entonces era eso. Las chicas necesitaban un héroe, las chicas necesitaban un puto y caballeroso héroe que subiera la apuesta y no se babeara encima como un animal enjaulado, alguien que las hiciera sentir importantes en los momentos precisos, pero que también las ignorase con altura, alguien distante y cargado de secretos para tomarlo como un desafío y así competir entre ellas para seducirlo. Prendí un cigarrillo para distraer la idea de agarrarme a trompadas con el fantasma.
--- Dale rata, te toca a vos --- Dreamhead le pasó el fierro al rata y le dió llama a un porro que tenía el tamaño de una salchicha casera.
--- Esperá, primero quiero fumar --- Por muy extraño que resultara en nuestro ambiente, el rata estaba nervioso.
--- Dale loco --- Lo apuró Jao.
--- Quiero ver como te volás los sesos. Después si querés fumás ---
--- Muy gracioso ---
El único boludo que había festejado el chiste había sido yo. Después me di cuenta de que ya todos estaban jugando en serio otra vez. Nos pasaba a veces. Algo en la expresión de las caras cambiaba de lugar y reptaba de forma apenas perceptible, era la señal del trance melancólico que se propagaba en nosotros, o tal vez era locura, pura y simple locura. Me quedé mirando fijo al rata, esperando mi turno.
--- Dejame elegir mi carta --- Dijo el rata, y se acarició la barbilla con la yema de los dedos.
El fantasma mezcló el mazo a una velocidad inhumana y lo plantó frente a él.
Antes de que el rata moviera siquiera un músculo, el fantasma tomó de nuevo el mazo y con un movimiento elegantísimo extendió los veintidós arcanos mayores en un abanico perfecto.
--- Ésta --- Eligió el rata.
El fantasma dio vuelta la carta.
--- La rueda de la fortuna --- Dijo.
--- La verdad es que tenés bastante ojete --- Observó Jao. Pero el rata no parecía muy feliz. Agarró el revolver y lo miró como si fuera un bicho repugnante.
--- Tengo derecho a sacarle una bala, la rueda de la fortuna es una bala menos no? ---
--- Si, si. A sacar una bala y a girar el tambor --- Afirmé en tono brusco. Me estaba empezando a fastidiar que se demorara tanto.
El rata siguió mis indicaciones. Levantó el arma y se la apoyó en la sien. La mano le temblaba visiblemente mientras nosotros guardábamos silencio y esperábamos.
El rata cerró los ojos y apretó el gatillo.
Click.
--- ¡Hijo de puta, que bien que zafaste!---
Festejamos a los gritos mientras lo veíamos ponerse pálido de alivio. Yo era el siguiente, así que la risa me cosquilleó un poco en la boca del estómago.
En ese momento Ceci se levantó de golpe y caminó hacia el dormitorio.
--- Eh! A donde vas? --- Preguntó Nico.
--- Voy a poner algo de música, como para que no nos caiga tan tétrico ---
--- Poné el compact de Primus que te regalé para tu cumpleaños --- le gritó Jao y estaba por agregar algo más pero Nico le metió un puntapié en el tobillo.
---¿Qué hacés hijo de puta? ---
--- Ese compact se lo regalé yo, la concha de tu hermana ---
--- Si boludo, pero vos no te la pudiste coger esa noche... jaaaja! ---
--- Y vos tampoco pajero de mierda…creo que serías el último pedazo de carne que tocaría en mi vida --- Gritó Ceci desde la otra habitación.
Jao se encogió de hombros y espero hasta que volviera para sacarle la lengua.
--- Tu concha seca no me interesa. Preferiría cogerme una pasa de higo---
--- Adorable, como siempre --- Terció Dreamhead.
--- ¿Vos que te metés flaco? ---
Desde el dormitorio estallaron unos acordes de guitarras distorsionadas y una voz gutural y cavernosa empezó a vociferar no sé que acerca del fin del mundo y la llegada de la era de Satán.
--- ¿Qué carajo es eso? Parece una riña de políticos chiflados --- Dijo Marina.
--- Se llama Morbid Angel, está bueno ¿no? ---
--- ¡Por Dios! ---
--- A mi me gusta --- Dijo Nico y aceptó el porro que le pasaba Dreamhead.
--- Dame el chumbo, me toca a mí --- Yo estaba impaciente por terminar con la ronda de mierda. Después podría proponer sin culpas salir a dar una vuelta por ahí. Incluso la expectativa de alojar una bala en mi cabeza me resultaba absurda. Tenía necesidad de moverme, de escapar a cualquier otro lugar que no fuera ese cuarto asfixiante.
Tomé el revolver y sin pensar en otra cosa apunté derecho a mi frente y apreté el gatillo.
Click.
Nada. En los últimos fines de semana que nos habíamos reunido para jugar, el asunto había ido pasando de original y emocionante a una especie de rutina infantil, un ritual sin gracia ni significado.
---Bueno, visto y considerando que…
---No. Estás haciendo trampa loco, se supone que tenés que hacer girar el tambor antes de tirar---
La voz gangosa de Nico me tomó por sorpresa. Con la ansiedad por apurar los trámites no me había dado cuenta de respetar las reglas del juego.
--- Si --- Apuntó Marina con enojo. ---El rata tiró con una sola bala porque le correspondía, no te hagás el boludo Peta, tenés que jugar en serio ---
Los demás asintieron.
El fantasma me sonrió con una de sus mejores sonrisas falsas y empezó a mezclar las cartas para mí. Sus manos eran envidiablemente habilidosas.
--- Está bien. Está bien. No me gustaría que piensen que los quiero cagar. No soy esa clase de tipos ¿saben? Pero de todas maneras se pueden ir todos a la concha que los parió---
Elegí una carta sin entusiasmo.
El fantasma me miró como si supiera cosas decisivas acerca de mí. El muy hijo de puta.
---La muerte --- Dijo, y me volvió a sonreír con esa mueca de hiena que yo tanto aborrecía.
Me prometí en lo más profundo encontrármelo a solas y romperle bien la cabeza.
---Esto comienza a ponerse tenso --- Comentó Ceci, sin dejar de sacarse los mocos.´
Yo decidí tomármelo con calma. Agregué las balas que me correspondían hasta que en el tambor solo quedaron dos cámaras vacías. Dos sobre seis pensé mientras sopesaba mis razones. Todavía tengo chances.
El rata siguió mis movimientos con una sincera expresión de pánico pintada en la jeta. Abrió la boca como para decir algo, pero luego pareció pensárselo bien y optó por quedarse callado.
---Esto va a durar poco --- Dije haciendo alarde de un coraje que no sentía.
Giré el tambor y destrabé el seguro.
Cuando sentí la punta del cañón sobre mi sien, un súbito pensamiento me despojó de toda incertidumbre. Habíamos cruzado la línea. La noche estaba cargada de tragedia y nos respiraba encima, nosotros la habíamos desafiado. Una sombra más negra que la oscuridad del cielo se posó sobre el techo de la casa como un pájaro gigantesco. No habría ningún lugar seguro donde ir después de esto. Ya no.
Apreté el gatillo al tiempo que apretaba la mandíbula. Estaba completamente seguro de no pasar de esa ronda. El ángel de la buena suerte lejos de mi, perdido y desesperado en algún extraño paraje sin fronteras.
Click.
Fue casi una desilusión. Permanecí sentado en la misma silla, con los ojos fríos, mirando el asombro en la cara de mis amigos. No sonreí cuando estallaron en gritos y carcajadas. Casi parecían felices. El rata me miraba con la boca abierta y en sus ojitos brillantes se leía una palabra: admiración. Casi me hace vomitar. De la falsa alegría de mis amigos no me importaba nada. Una tristeza enorme fue ocupando el lugar de mi ansiedad, como convencida del derecho a sentarse en el trono de mis sentimientos.
La idea de salir a caminar había dejado de interesarme.
Nico me palmeó la espalda y me dió un sonoro beso en la mejilla.
--- Te debo una botella de Vodka, loco ---
--- Más te vale, so cabrón ---
Dreamhead me arrebató el revólver de las manos y apagó la tuca contra el cenicero atiborrado de colillas.
--- Cuantas vueltas hace que salió Ana? ---Preguntó señalando con la cabeza el cuerpo despatarrado en un charco de sangre que descansaba en la alfombra.
--- No sé, cuatro, cinco vueltas ---
--- Me debía plata --- Dijo Jao. Y ésta vez todos nos largamos a reír, incluso el fantasma.
Dreamhead eligió su carta. La justicia.
Sacó cinco balas del tambor y se mordisqueó los labios. Hacía algún tiempo que la idea de volver a conseguir heroína le martillaba los nervios.
---Ésta va por ustedes --- Susurró mientras cerraba sus grandes ojos grises.
El disparo sonó como un estampido en la habitación. Dreamhead se desplomó contra la mesa como una marioneta sin dueño, volcando en su caída las botellas y los vasos de vino que se derramaron sobre el mantel y se mezclaron con la sangre, los grumos de sesos y los fragmentos de cráneo. Me quedé mirando mi remera nueva de los Misfits que ahora estaba salpicada de sangre y me pregunté si no me convendría lavarla rápido.
Creo que fue Ceci la que se largó a llorar. La situación se me tornó un poco confusa mientras ayudaba a Jao a arrastrar el cuerpo hasta el otro cuarto.
Jao me miraba de un modo raro, hasta me pareció ver lágrimas bajando por sus mejillas.
---Nadie nos dijo como termina esto…es como si…es como si no pudiéramos parar ---
Jao me recordaba a alguien, era como un viejo sueño en que los personajes aparecían con los nombres cambiados…¿O era un actor de alguna vieja película de vaqueros? Por más que me esforzaba no podía descubrirlo.
Le sonreí un poco extrañado de ponerme a pensar en esas cosas ahora.
---Esto no termina viejo, esto sigue y sigue y sigue ---
Cuando volvimos al living los demás estaban jugando a hacer fondo blanco con unas botellas de licor de menta que habían encontrado en la cocina.
En la pantalla muda del televisor un ejército de hormigas tropicales devoraba enloquecidamente a una mariposa moribunda.
Marina eligió su carta sin quitar los ojos del fantasma.

Relatos de los seres eternos


Los que no pretenden

Fugitiva, elíptica, fantasma
Ella impregna,
Ella fantasma.


La noche abierta por costumbre. La noche atravesada por una llovizna débil que golpea en la ventana y más allá el silencio de las horas que avanzan y se devoran a si mismas.
Y Marlene y yo en la misma cama.
Cuando ella no duerme, suele arrancarme del sueño suavemente hacia su cuerpo. Me recobra con caricias y palabras húmedas que reptan por el lóbulo y se introducen en mis oídos para pronunciar allí su criptograma azul. Me despierto a medias y sonrío, accedo al juego sin hablar, con los cristales del sueño girando todavía como una bandada de pájaros que huyen. Mis manos practican una señal mecánica sobre mis ojos y los de Marlene, un ligero impulso, invocando sortilegios al azar para espantar a los oscuros, esos extraños seres que durante tanto tiempo nos han perseguido y acechado. Sin embargo, lejos ya de temerles, despierto con la conciencia de haber obrado en nosotros el secreto que los alejaría para siempre. Acaricio la idea de que el instante de toda eternidad es el presente y que el silencio que subyace es obra de un tiempo que ha perdido poder sobre nuestras almas, que ya no habrá respuestas al tiempo impuesto por Dios, porque ya no habrá ningún Dios, y porque ya no habrá siquiera cenizas y polvo.
Pero es una idea que pareciera brotar desde el interior de mis huesos y no de mi mente, y la sensación no es agradable.
Marlene me reclama. Entonces procuro que mi atención gire hacia ella.
Marlene y yo somos dos cuerpos enlazados en el espacio tibio de la cama y la oscuridad es un párpado que nos cubre, nos reduce a sentidos más sutiles y primordiales, nos hace representar el papel de dos ciegos que se buscan con las manos para reconocerse, como si nuestras manos buscasen algo indescifrable más allá del tacto y el placer.
Y mientras tanto la noche desgajándose y chorreando en coágulos sobre el mundo. Marlene gimiendo en mi boca, los labios entreabiertos, expectantes, lascivos. Yo besándola, hundiéndome en ella, los barcos de mis manos a la deriva por su cuerpo ondulante, su cuerpo que corre en trance y busca contraerse y arquearse en felina determinación bajo mi miembro tenso.
Llegar al orgasmo como a la última estación de un viaje, el camino directo hacia una tierra que nos espera con ansias de revelación. Y luego la oscuridad adquiere otro contexto, pierde solidez, es una marea que nos arrastra aguas adentro. Y lo que se vislumbraba va desapareciendo poco a poco en intermitencias y espejismos.
Marlene suspira y me muerde el hombro con tristeza. El mismo ritual de muerte y resurrección de su deseo, y yo como centro de su culto al hastío y sus esperanzas estériles.
No soy culpable de lo que ella siente. Soy culpable por no medir las consecuencias de un acto irremediable. Eso es todo. Culpable de habernos convertido en dos monstruos que no podrán encontrar jamás ciertas respuestas.

Ha pasado media hora, o una hora y media. ¿Que importa? Ahora se han invertido los papeles. Marlene duerme. Marlene ha llorado y duerme.
Afuera llueve y todavía es de noche. Mi espíritu parece el de un animal alerta, los sentidos abiertos al más mínimo detalle. Es un juego conocido. Si afino el oído puedo escuchar el sonido de cada gota estrellándose contra el tejado de la casa, y más allá, también puedo escuchar ese sonido sobre la hierba crecida del jardín, sobre las hojas de los sauces, sobre el oscuro pavimento de las calles desiertas. Escucho la lluvia que ha traído la noche, estableciendo patrones melódicos de una complejidad salvaje y exquisita, y me dejo llevar como un recién nacido ante los primeros arrullos de una madre. Escucho la canción de cuna de la lluvia y me hago un ovillo en el borde de la vieja cama que cruje y se queja de cansancio. Cierro los ojos y por un momento soy también parte de la lluvia, me precipito desde las nubes revueltas y me fragmento en un millón de minúsculas prismas que caen y se entrecruzan a merced del viento enfurecido. Soy también la lluvia, esparcido por debajo de la tormenta en un enjambre de gotas delgadas como agujas. Por un momento, al igual que la lluvia, doy mi ofrenda y me debilito lentamente. Voy hundiéndome absorbido por la tierra, impregnándolo todo en ozono y sombra, en húmedos resplandores fantasmagóricos que danzan y se volatilizan, y dejo así mi huella en el vientre de la tierra, una huella efímera que el ojo humano registra y olvida como parte del ritual natural de los acontecimientos.
Después, el ensueño me deja atrás de la misma manera en que la tormenta se aleja penetrando en el horizonte lastimado. Y entonces me reconcilio con mi antiguo cuerpo, vuelvo a él como un viajero de largas leguas regresaría a su hogar, sintiéndolo a la vez, íntimo y ajeno. Ahí está mi viejo cuerpo, y yo me uno a él. Somos de nuevo un solo ente, un ser fatigado de tanto observar el ciclo de las noches y los días, un ser que ha vivido más años de los que podría recordar, un ser que ha visto y oído demasiadas cosas.
Me levanto y me acerco a la ventana, respiro el aire limpio y observo algo más que el paisaje conocido, mis ojos ven hacia atrás. Pienso en el pasado. El pasado…¿Qué clase de criatura podría permanecer de pie mientras sus ojos observan generaciones enteras precipitándose lentamente hacia la oscuridad?
Podría parecer gracioso; el reloj gigantesco del cielo, el sol y la luna como sus agujas, girando enloquecidas a través de las décadas humanas.
Esta noche es igual a la de hace ciento treinta años, igual a esa última noche en que Marlene y yo... pero no. Debería olvidarlo de una vez por todas.
La navaja bailotea entre mis dedos y su contacto se siente frío como una piel de serpiente.
Me dirijo de nuevo hacia la cama y contemplo el rostro de la mujer dormida.
“Para siempre” me digo, y noto que mis labios tiemblan.
Procurando hacer silencio, escondo el rostro entre mis manos y me pongo a llorar.

El hombre de hojalata

1. Cabeza que sueña.

Vinicius despertó cerca de mediodía confundido y perplejo a causa de un mal presentimiento. Sus ojos buscaron erráticos en la penumbra de la habitación hasta que el recuerdo de la noche anterior se despegó de las imágenes que había soñado. Un escalofrío recorrió su espalda como un ciempiés frenético.Habían sido pesadillas. Y de las buenas. De esas que uno desea que se esfumen lo más pronto posible. Se llevó una mano a la frente y se enjugó el sudor pensando que ciertos sueños deberían volverse insustanciales con los ojos abiertos. Pero aún así la última escena todavía se mantenía flotando, el espejo ondulante de un país sombrío, la persecución en cámara lenta, y después, de repente algo que era todo uñas y dientes le había saltado encima y lo había devorado salvajemente.Se levantó del viejo sofá destartalado y apoyó el pie descalzo en un charco de vómito seco. La ginebra de mierda y sus souvenires, se le ocurrió que debería cambiar de hábitos en un tiempo prudencialmente corto. Entre puteadas, se las arregló para contorsionar su cuerpo dolorido y rescatar el paquete de cigarrillos de abajo del sofá. No podía calcular cuando había sido la última vez que había dormido una noche entera sin sobresaltos, sin despertarse sofocado por un grito, con el corazón desbocado y la mente convertida en una cacofonía de voces.Fumó con la vista fija en las ventanas cerradas, tapiadas desde adentro para impedir que entrara la luz del sol.Afuera, una estridencia de pájaros comenzaba a ponerlo de mal humor. Esos bichos de mierda parecían haber elegido el nogal de la entrada para ensayar su repertorio. A Vinicius le dieron ganas de salir a espantarlos a los gritos, pero le pareció una idea ridícula. Solo era un dolor de cabeza, una consecuencia de la resaca, nada más que eso. Hacia el oeste se escuchaban lejanos ladridos que de tanto en tanto eran contestados por el estruendoso vozarrón de Groucho, el San Bernardo grandulón y estúpido de su vecino.Vinicius suspiró, imaginó el día brillante y caluroso que lo esperaría afuera en el caso de que se decidiera a salir, pensó en la luz blanca derritiéndose sobre las calles y las casas, la claridad hostil acechando sus torpes movimientos de fotofóbico. De pronto se sintió fatigado y el pensamiento recurrente se le pegó sin darle tiempo a rechazarlo. Al final, a pesar de si mismo, se había convertido en el adicto patético que su padre le había pronosticado años atrás. Una persona débil y sin voluntad, hamacándose siempre entre la tristeza y la autocompasión. Cada vez que caía en la cuenta del irremediable ser en que se había convertido se preguntaba por que había renunciado tan pronto al coraje de acabar con su vida. En el momento de elegir (cuando ignoraba que más adelante las decisiones serían cada vez más fugaces e inalcanzables) había creído en un desenlace diferente, un destino cargado de segundas oportunidades y ensoñaciones de compensación y confort. Bueno, era bastante gracioso; en las escasas encrucijadas drásticas de una vida, los idiotas solían apostar su alma al diablo a cambio de gloria y poder, y eso al menos tenía cierto sentido. Pero él ni siquiera había apostado, simplemente se había puesto a especular con la idea de hacerlo, hasta que fue tarde y el gran crupier cósmico dijo “no va más”.Vinicius escupió en el piso mugriento y tosió una tos de perro. La habitación era un desastre. Le hubiera gustado recordar que había pasado entre esas cuatro paredes anoche, pero le dolía tanto la cabeza que cualquier esfuerzo por hacerlo le provocada puntadas en las sienes. Sabía que alguien había estado con él, alguien que se le antojaba conocido, un viejo amigo tal vez, pero quien?. Las caras se sucedían en su memoria sin que lograra identificarlas. Casi siempre se tornaban borrosas a las pocas horas de partir.Se conformó con restarle importancia. Al carajo con la gente. Al carajo con los amigos. Al carajo con todo. El significado de los acontecimientos era una cuestión de valores asignados. Y había cosas en el mundo -determinadas y maravillosas cosas- que valían más que el mundo mismo. Estaba seguro.Abrió el segundo cajón de una bamboleante mesita de luz en donde hacían equilibrio varias botellas y su rostro se iluminó.Ahí estaba la respuesta.Sostuvo la ampolla entre sus dedos y la observó a contraluz como si fuese el secreto mismo de la felicidad. De hecho había sido un período de espera insoportablemente largo ésta vez.Vinicius sonrió.La mezcla que sostenía en la mano era la llave que lo trasportaría al otro lado del infierno. No al infierno de desesperación y angustia de su realidad personal, sino al infierno dulce, al infierno-paraíso, donde todo el sufrimiento de la tierra no era más que un minúsculo latido subterráneo.Muchas veces había sido parte de aquel mundo paralelo, de aquel vacío blanco y cegador que lo envolvía como una gigantesca sábana. Generalmente no podía determinar si era él quien flotaba despojado de la materia en el inconmensurable paisaje blanco, o si era poseído por alguna entidad desconocida, algo así como un ángel protector que le arrojaba las sobras de aquellas soberbias sensaciones. Una vez había querido trasmitírselo a un amigo y se había frustrado en un laberinto de metáforas y ademanes de orador psicótico. Porque, ¿cómo se le explicaba a alguien lo que significaba ser un ente incorpóreo?¿Cómo se le hacía entender a un ateo la escencia de un milagro?. El privilegio de ser elevado a un estado de pureza que alcanzaba niveles superiores a lo humano. Pero a Vinicius le había llevado tiempo darse cuenta de que sus experiencias eran intransferibles. A veces tenía la necesidad de contarlo, por más que no lograra expresarlo dignamente. Había emergido en otros mundos y llevaba sus marcas, los colores y las formas surgiendo en oleadas tan cautivadoras y cargados de un misticismo tan profundo que no podía desprenderse de ellos ni siquiera cerrando los ojos, ni siquiera arrancándoselos. Era como si se filtraran a través de sus párpados y le hicieran cosquillas en los rincones más oscuros de su espíritu. Entonces era cierto, a fin de cuentas, algunos sueños no podían ser explicados. Y en cuanto a la otra cara de la moneda; por supuesto que conocía el infierno. Se habría cortado el brazo derecho sólo para permanecer ahí el mayor tiempo posible.Vinicius volvió al sofá y escarbó detrás de los almohadones hasta que encontró la hipodérmica. Acto seguido escupió en el piso, lamió la aguja y se perforó una vena cubierta de llagas. Ni siquiera se tomó la molestia de hacerse un torniquete en el brazo. Empujó el émbolo de la jeringa como si de eso dependiera la continuidad del universo.El fluído se precipitó por dentro como una jauría enloquecida. Sintió las llamas ardiendo en su sangre, el parpadeo veloz de su mente en repulsiva aceptación, las imágenes huyendo en pedazos como si la realidad fuese un espejo quebrado dejando ver entre sus grietas una nueva versión de la historia. Sintió su corazón convertido en un tambor demente, retumbando en sus oídos como cañonazos, hasta que cada latido fue tan ensordecedor que no pudo soportarlo.Después ya no fueron sensaciones humanas.Vinicius abandonó la tierra acurrucado en un rincón mugroso de su habitación. Durante ese instante de agonía, el dolor fue inmenso y sus ojos permanecieron abiertos como platos. Un hilo de saliva cayó desde sus labios temblorosos formando un charco en el piso de madera. Antes de desaparecer para siempre, un último pensamiento cobró forma en el espacio colapsado de su mente:¡Bierce! Bierce había estado anoche contándole otra de sus historias enroscadas. Bierce y toda su esquizofrenia a cuestas, Bierce y sus extravagantes condiciones. Y después, una vez aceptado el trato, el hijo de puta había torcido la cara en una de sus típicas sonrisas de tiburón antes de asegurarle que esa heroína era lo mejor de este mundo y el otro.






2. Limbo y pasadizo.

Vinicius cayendo en la espiral....Sin el don de la palabra. Una simple acumulación de datos y estímulos. Sin conciencia del cuando ni del donde. Chispas de rojo encendido como pequeñas estrellas girando y arremolinándose sobre un fondo negro.Vinicius caía, y en el medio del caos y la confusión había algo que limitaba a duras penas con un estado de lucidez palpable. Un parpadeo débil que se propagaba despacio pero inexorablemente, envolviéndolo todo en abstracciones de luz y oscuridad.Tiempo?La oscuridad-luz transformándose en tiempo?No lo supo bien, pero de alguna vaga manera acarició la certeza de que el verdadero concepto del Gran Dios/Cosmos giraba en torno a la palabra tiempo.Retuvo una visión confusa y quebradiza de dos columnas de niebla y fuego entrelazándose en espiral hacia la nada. Una espiral que era inmensa y lo abarcaba todo. Una espiral que era el pasado y el futuro uniéndose en la intersección de su conciencia.Vinicius estaba en la espiral. Y dentro de esa tromba comenzaron a llegarle sensaciones que poco a poco fueron traduciéndose como si fuera un alfabeto Braile.Entendió que no estaba solo. Paradójicamente, él estaba dentro de la espiral y la espiral estaba dentro suyo, en una comunión íntima de dimensiones inabarcables. Vinicius podía sentir la presencia de otros, de millones, de infinitos otros dentro y fuera de su ingrávido ser.No era fácil de precisar. Un hormigueo eléctrico que era al mismo tiempo tranquilizador e inquietante. Los otros estaban tratando de comunicarse, diminutos estímulos le decían que había algo importante que comprender. Hablaban por medio de un lenguaje antiguo y primitivo, como el lenguaje de la sangre de un instinto animal. Era también la voz de constelaciones ancestrales. La voz salitrosa de todos los océanos de todos los mundos. La voz de civilizaciones que habían sido olvidadas por otras civilizaciones también olvidadas.La voz lo estaba invitando a unirse.La voz lo llamaba.Vinicius se sintió en éxtasis. Palpó la eternidad como si fuera un átomo dentro de una madeja de vitalidad y significado. Arrastrado por una marea colosal, se dejó llevar sin oponer resistencia.Acercándose.Acercándose.Y entonces sucedió algo espantoso.La marea que lo llevaba cambió de dirección y se encrespó. La voz se convirtió en un sonido menguante, un silbido que se enroscó en si mismo hasta extinguirse por completo, dejando en su lugar un vacío que era el súmun de todas las aberraciones.Vinicius no pudo gritar.La espiral lo rechazó y lo escupió hacia una oscuridad cargada de pesadillas.Y esta vez la caída fue vertiginosa.Tal vez fueron fracciones de segundo o tal vez fueron miles de años, pero Vinicius se retorció como una larva a lo largo de todo el descenso.Hasta que la oscuridad dio paso al entendimiento. Y la inconsistencia se convirtió de nuevo en carne. Al principio sus sentidos se negaron a aceptarlo.Entonces el alarido surgió como un borbotón de horror negro y espeso.Vinicius había llegado a un lugar sin nombre.Vinicius había llegado a un lugar que superaba todo lo que había creído que un infierno le podía ofrecer a su huésped.

Historia de un monstruo



Yo era un monstruo. Si, como oyen, un monstruo. Antes de los veinte años ya había perpetrado todos los delitos conocidos por el hombre. Un largo prontuario que era el mismísimo abc del crimen, desde la falsificación de moneda y el desfalco hasta la pedofilia, pasando por diversas etapas acordes a mi crecimiento. De hecho, creo haber inventado dos o tres delitos nuevos, pero no estoy seguro, por ésos días la competencia era tan feroz que uno nunca sabía. Volviendo al tema, yo era un monstruo y aunque en la mayoría de los lugares se me conocía con el apodo de “Teno” ( por una absurda broma de preescolar en la que había querido emular a los verdugos de Tenochtitlán y en la que, accidentalmente, había muerto la mascota del colegio) en mi fuero interno sabía que ningún apodo lograría definir mi monstruosa identidad. Tranquilamente podría haber fundado una escuela para jóvenes con vocación de monstruo, y supongo que si no lo hice fue porque estaba ocupado cometiendo nuevas crueldades y atropellos.Uno de mis últimos chistes había resultado una obra de arte, si se me permite decirlo. La oportunidad me había caído del cielo y yo la había aprovechado, usando todas las herramientas que tenía a disposición para plasmar mi firma.Sucedió que una tranquila tarde me encontraba distraído en una esquina de Buenos Aires, decidiendo que hacer, realmente no sabía si dejar los explosivos en la puerta del kindergarden o del geriátrico. Estaba a punto de prender un cigarrillo cuando alguien me llevó por delante. Arrancado de mis cavilaciones, me di vuelta con serias intenciones de atacar, y para mi regocijo, pude apreciar que se trataba de una decrépita monja. Mi corazón se aceleró ante las infinitas perspectivas de acción que me brindaba la suerte, pero me contuve.--- Disculpe, joven---. Me dijo la vieja sucia. --- ¿Sería tan amable de ayudarme a cruzar la avenida?. Es que no ando bien de la vista y tengo miedo de confundirme con los semáforos ------ No hay ningún problema hermana, faltaba más --- Le respondí, y tomándola fuertemente del brazo la arrastré hacia la calle con una sonrisa de oreja a oreja.Mis cálculos fueron exactos, íbamos a mitad de trayecto cuando cambió el semáforo y los autos se precipitaron en estampida hacia nosotros. Delirante de felicidad le metí un atroz codazo entre las costillas y me alejé corriendo hacia la otra esquina.--- ¡Morite vieja de mierda! --- Le grité.Casi en el mismo instante en que apoyaba un pie en el cordón escuché un bocinazo seguido de un tremendo golpe. Giré la cabeza a tiempo para ver el cuerpo de la monja volando por el aire como una muñeca de trapo. La vieja momia describió un arco perfecto y desapareció por la entrada del subte.Después de eso, metí las manos en los bolsillos y me fui silbando la novena de Beethoven con total impunidad, lejos del caos de corridas y gritos de los peatones que acababan de presenciar el espectáculo.Muy bonito ¿verdad?Bonitísimo.Mi historia bien podría terminar aquí y no estaría esquivando el título para nada. Pero faltaría a la verdad si no cuento la otraparte, la parte escabrosa.La cuestión es que si bien en ese momento la anécdota de la monja me pareció digna de mi prontuario, con el tiempo llegué a la amarga conclusión de nada de lo que hiciera superaría aquella hazaña.Me obsesioné tratando de romper la marca y cometí toda clase de abusos, pero creo que nunca superé el promedio. Me había entrado el síndrome de Carter, que después de descubrir la tumba de Tutank amon se había dejado vencer por la idea de que no había nada nuevo en el horizonte. Era horrible, la angustia se había apoderado de mí, recorría la ciudad en busca de emociones pero no lograba sacarme a la monja de la cabeza. Lentamente fui cayendo en un pozo depresivo, por las noches soñaba que Buenos Aires estaba llena de monjitas ciegas que me rogaban ayuda para cruzar las calles, pero en las calles no había tráfico, no había un maldito auto en toda la ciudad!.Me despertaba bañado en sudor, con un nudo en la garganta y la firme convicción de acabar con mi sufrimiento, pero cuanto más pensaba en volarme los sesos más cobarde y miserable me sentía. Fue así como caí en las garras del alcohol, me pasaba las tardes bebiendo y lamentándome en soledad, me repetía que ya llegarían otras monjas a mi vida, engañándome con ensoñaciones patéticas que solo conseguían frustrarme hasta las lágrimas. En medio de aquel trance no tardé en probar diferentes drogas para llenar el vacío en mi interior, y no voy a negar que alguna veces me sentí estupendo, como la vez en que bajo los efectos del ácido lisérgico prendí fuego a ese pobre linyera creyendo que se trataba de un muñeco de paja. Ese pasajero frenesí de alaridos me hizo creer que estaba curado, y por un momento me convencí de que así era. No obstante cuando los efectos de la droga se esfumaron me encontré con un asqueroso amasijo de carne tirándome del pantalón, un montón de carne chamuscada que imploraba ayuda. En ese momento recordé a la monja, y enfurecido por mi propia sensibilidad, me desquité a puntapiés contra el bulto agonizante.Pasaron los días. Mi vida se fue trasformando en un infierno sin nombre. Sufría alucinaciones en las que monjas voladoras y demonios eclesiásticos me acosaban. Recuerdo un alucinación en especial en la cual mantenía relaciones sexuales con la novicia rebelde, y en las más perversas posiciones. Luego de un parpadeo descubrí que “la novicia” se trataba de una repugnante anciana. Imagínense ustedes mi asco. Por supuesto que le aplasté la cabeza contra la pared y después vomité largo y tendido.Estaba alienado. Las drogas me llevaron a las situaciones más denigrantes que pueda atravesar una persona. Me cuesta aceptar que en ese traumático período me dediqué a prostituir mi carne por las calles de Constitución en busca de dinero para el vicio.Ese es el fin de mi historia. Y digo que ese es el fin de mi historia porque esa historia pertenece al pasado hermanos. Porque si el Señor Jesús, y digo gloria, amén, si el Señor Jesús arrojó mis pecados como una piedra al fondo del mar, quién es entonces el hombre para reprochármelos?. Quiero que crean en mi testimonio y que les sirva de ejemplo, todos ustedes saben que desde que vengo al templo y escucho las palabras del Pastor Ignacio aquí presente, mi vida ha dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora sé que tengo una verdadera misión en este mundo y estoy dispuesto a expiar mis actos por medio de la oración y la fe. Alabado sea el Salvador. Gloria a Dios, hermanos.El pastor se acercó hasta mí con lágrimas en los ojos. Evidentemente mi relato lo había conmovido. Como quién da por ganador a un boxeador tomó mi mano y la levantó a los cielos. Juntos encaramos a la multitud enfervorizada.---Las palabras del hermano Teno hablan por si mismas! ---. Gritó con entusiasmo.
--- ¡Aleluya, Aleluya y gloria a Dios! ---.
--- ¡Aleluyyyya. Aleluyyyya! ---. Contestó la multitud.

Relatos de las almas perdidas



Los alcohólicos


Fresa baja la cabeza y observa fijamente sus zapatillas llenas de barro. Frunce la nariz como quien ha olfateado algo desconocido y tratase de decidir si le resulta desagradable o no. Tiene una expresión de concentración que parece exagerada para una chica de su edad. En realidad tiene 23 años, pero cuando arruga la frente de ese modo pareciera no tener edad.Hace rato que el sol la ha descubierto sentada en su miserable escondite ( apenas un banco de madera en una esquina de una plaza ) y desde entonces no ha dejado de hostigarla, pero Fresa considera que su obstinación, la única herencia palpable que le dejó su madre, es mayor que su sensibilidad y sentido común y por lo tanto ha decidido permanecer sentada al rayo de sol hasta que se le antoje.Al cabo de tres horas está perfectamente insolada. No sabe que son las dos y cuarenta y siete de la tarde y que no ha comido desde hace varios días, como tampoco sabe que si lo supiera le importaría un carajo. Aislada de a ratos del mundo circundante, acaricia pensamientos que podrían acercarla a un estado de espiritualidad más elevado, pero enseguida los hace de lado restándoles valor. Nunca le dijo a nadie que se ve a si misma como una perra egoísta y desdeñosa.Prefiere preguntarse de donde ha sacado esa fea costumbre de retorcerse las manos, se lo pregunta dos, tres veces. De donde saqué ésta puta manía?...un trago, otro trago, otro más, otro, un río, un océano....De donde?.Otro trago, otro trago...En el fondo no quiere ponerse a pensar detenidamente en el tema, quizá porque conoce la respuesta y sabe que cada vez que piensa en la ansiedad es como si la invocara (infalible, capaz de atravesar el vidrio para acudir a destrozar la presa, lo mismo cortarse las venas o llamar a Mister Toc-Toc , esa bestia perruna siempre atenta)Su ansiedad es de un color violeta intenso, un color Lovecraft de amaneceres rotos, es la pelota de hojitas de afeitar, el payaso que se desata como tinta en sus aguas mentales, un color que sabe lastimarla y que siempre deja un eco, un nerviosismo punzante entre las sienes que se parece mucho a un preludio de tormenta.Cuando no hay alcohol en la garganta Fresa alimenta palomas en plaza Congreso en medio de un sol de verano con terribles ojeras y la mente danzando en cualquier otro lugar. Pero hoy si hay alcohol, por lo tanto Fresa ignora muchas cosas.Decide no pensar tampoco en éstas tonterías y empina su botella de licor de cuatro pesos con cincuenta.A lo lejos, la ciudad se desdibuja. Pasan autos zumbando como insectos fabulosos. En una esquina le hago señas a un sesenta, me siento en el fondo y me sumerjo en mi walk-man para ver en cámara lenta. Mis dientes se chocan y noto que otra vez tengo la mandíbula tensa.Por un momento siento esa amarga sensación. Donde estás?. Donde estás?Algo trepa por mi pecho, es como un puño que sube en forma de gemido y se convierte en llanto. Un borbotón de súbita vergüenza en la mitad del día. La gente me mira como si hubiera perdido el juicio. Me miro las manos, no puedo evitar que tiemblen como las de un anciano.El día se ha vuelto blanco, blanco, blanco.Un trago, otro trago, un río, un océano...Nunca la había soñado tan lejana, y sin querer, la fui deshaciendo en jirones al imaginarla.